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sábado, diciembre 03, 2016

La mirada del poeta





Es recomendable que la mirada del poeta esquive la realidad, o que la use solo como despensa o silla en la que descansar, ya que, lo que así consideramos, no es más que engatusamiento de los sentidos.






viernes, diciembre 02, 2016

Las estrellas fugaces




En un principio los dioses nos crearon sin enfermedades.
Para que no alcanzáramos la inmortalidad como ellos, se limitaron a dejar caer las estrellas sobre la tierra con la misma cadencia que nosotros vertemos una pizca de sal sobre un guiso. De todos es sabido que aunque las estrellas parezcan minúsculos puntos de luz en el cielo nocturno, en realidad cuando llegan a la tierra han aumentado su tamaño alcanzando cerca del metro de diámetro. De este modo los primeros humanos no sufrían largas agonías al abandonar esta vida, pero su incertidumbre era tal que pronto nos convertimos en una especie lánguida y terriblemente aburrida. Ante tal escenario Atenea suplicó a Zeus que sujetara las estrellas a la bóveda nocturna. Zeus accedió a sus deseos y las fue fijando ayudado por Vulcano. Debatieron profusamente sobre cómo mantener nuestra mortalidad e inventaron la enfermedad, que básicamente consistiría en traspasarnos la inconsistencia que previamente caracterizaba a las estrellas.
Para recordarnos esos tiempos remotos, los dioses lanzan algunas estrellas en los meses más cálidos del año para facilitarnos su contemplación.



domingo, noviembre 20, 2016

En mi vejez doy las gracias, W. Whitman

Walt Whitman 1819-1892 



En mi vejez doy las gracias; gracias antes de partir;
por la salud, el sol del mediodía, el aire impalpable, por la vida,
por el mero hecho de vivir;
por los preciosos e inextinguibles recuerdos (de ti, querida madre; de ti, padre; de vosotros, hermanos, hermanas, amigos); por todos mis días, no sólo los vividos en paz, sino también los días de guerra;
por las palabras cordiales, las caricias, los dones de otras tierras; por darme albergue, vino y alimento; por la amable estima
(vosotros, bienamados lectores, lejanos, nebulosos, desconocidos, jóvenes o viejos, innumerables, indeterminados; nunca nos hemos conocido, y nunca nos conoceremos, pero nuestras almas están fundidas en un largo y estrecho abrazo);
por los seres, los grupos, el amor, las acciones y las palabras, los libros, por los colores y las formas;
por los valientes, hombres fuertes, abnegados, que han acudido con prontitud en auxilio de la libertad, en todas épocas, en todas las naciones,
y por aquellos aún más valientes, fuertes y abnegados (un laurel especial, antes de partir, para los elegidos en la guerra de la vida, los servidores del cañón del canto y del pensamiento, los grandes artilleros, los líderes supremo, capitanes del alma):
como un soldado que ha vuelto de una guerra concluida, como un viajero entre miríadas de viajeros, que recuerda la larga procesión,
doy las gracias, ¡gracias regocijadas!, las gracias de un soldado, de un viajero.

En mi vejez doy las gracias, Horas de un septuagenario, Hojas de hierba, Walt Whitman




Walt Whitman: poeta de eternidad.

domingo, noviembre 13, 2016

Cosidos al vacío




Nacemos cosidos al vacío.

Crecemos entre telares de algodón
atendidos por hilanderas
de caras y senos redondos
cuyas fragancias nos adormecen
e impiden que veamos las delicadas costuras
que nos recorren las plantas de los pies.


Despertamos a un hambre nuevo
recorremos cinturas
palpamos gozosos
recibimos alientos
nuestros saltos son inverosímiles
¡somos dioses
por primera y última vez
somos dioses!
dioses dactilares
inmortales
felices
engendradores
y generosos.

Maduramos con el primer crujido de la tejedora
disipador de rostros amables
imán de óxidos tempranos.

Un día nos tira la vieja sutura ya olvidada
bajo los talones cosidos al abismo
donde palpitan decenas de corazones;
y el hilo despierta
y recorre de puntadas la piel
los huesos
las vísceras
y los ojos.

Desaparecemos sumisos
enhebrados por la Dama
zurcidora de nuestra piel vuelta
y desalojada.








viernes, noviembre 11, 2016

El sueño interrumpido








Ya he contado alguna vez que mantengo una fluida relación con los sueños, especialmente en su momento más frágil, cuando me encuentro entre el sueño y la vigilia.

Hace unos días, a las siete en punto de la mañana cuando ya me encontraba solo en la cama y permanecía inmerso en un inquietante sueño, pasó lo siguiente:

Estaba junto a una mujer de la que no recuerdo el rostro y con la que estaba conversando. Justo en el momento en el que me disponía a contarle algo que tenía tintes de ser al mismo tiempo confidencial y trascendente, sonó el despertador que tengo sobre la mesilla al lado derecho de la cama. Todavía dentro del sueño me vuelvo a mi izquierda y le pido a la mujer que espere un instante a que apague el dichoso despertador y que luego vuelvo con ella y le termino de contar lo que nos interrumpió la inoportuna alarma. Me vuelvo a la derecha, apago el despertador y al girarme a la izquierda de nuevo, mi interlocutora ha desaparecido. 

¿Quién era aquella mujer? ¿Qué era aquello tan importante que le quería contar?
Siempre he pensado que debemos estar especialmente pendientes de recordar los mensajes que nos envía el cerebro en las fases iniciales o finales de nuestro ciclo del sueño. Pero esta vez no pudo ser.











jueves, noviembre 10, 2016

El sensacionalista de Fernando Pessoa



A veces, sorprende la actualidad de algunos pensamientos escritos hace un siglo.








"En este crepúsculo de las disciplinas, en el que mueren las creencias y los cultos se cubren de polvo, nuestras sensaciones son la única realidad que nos queda. El único escrúpulo que preocupa, la única ciencia que satisface es la de las sensaciones.
Un decorativismo interior se me acentúa como el modo claro y superior de dar un destino a nuestra vida. Si mi vida pudiese ser vivida entre telas de raso del espíritu, yo no tendría abismos que lamentar.
Pertenezco a una generación -o, mejor, a una parte de una generación- que ha perdido todo el respeto por el pasado y toda creencia o esperanza en el futuro. Por eso, vivimos el presente con las ganas y el hambre de quien no tiene otra cosa.
........"


El sensacionalista, El libro del desasosiego, Fernando Pessoa






lunes, octubre 31, 2016

Halloween








Cuando veo por las calles a la gente disfrazada de cadáveres, me dan ganas de gritarles:
¡para qué tantas prisas!

sábado, octubre 29, 2016

Sueño hipnagógico




Este mediodía al comienzo de una pequeña siesta he tenido un sueño fugaz pero inquietante que os voy a intentar trasladar:


Yo camino por el campo vistiendo ropa de color tierra bajo un sol poderoso acompañado por un perro; creo recordar que se trata de un galgo. La imagen parece estar rodada desde una cámara que se sitúa frente a mí. Me abro el chaleco y la camisa dejando ver mi hígado sin piel ni carne que lo cubra. El perro se acerca a la víscera y la lame.



viernes, octubre 28, 2016

Espíritu crítico





         

Me agradaría poder criar a mis hijos con un alto espíritu crítico. Tan alto que no se conformen con poner en solfa cualquier afirmación, sino también cualquier negación.




domingo, octubre 23, 2016

Los libros







Está claro que en mi último viaje no podré llevarme mis libros, la duda está en si podré llevarme sus lecturas.

domingo, agosto 28, 2016

Dentro del cabello de una mujer joven...

Pulowi, la diosa  de la muerte de la mitología Wayuú. por Carlos de Moya.








Encontré a la Muerte dentro de un cabello de mujer joven.
Al enfocarlo con el microscopio me mostró a la Muerte dormitando plácidamente en la médula, cerca del bulbo. El hallazgo fue inquietante.
Me sorprendí al constatar el ridículo tamaño de la Gran Dama.
Por no hablar de su estado inactivo. Siempre se ha dicho que la muerte nunca duerme.
Me pregunté en qué estaría soñando. En qué sueña la muerte.
Por otra parte me indignó que cumpliera con su deber con tan poca profesionalidad.
Quizás tenga franquicias repartidas por todo el mundo, pensé.
No obstante decidí despertarla moviendo las pinzas de la platina. La muerte abrió los ojos sobresaltada y, tras mirar mi pupila agigantada por el tubo del objetivo, corrió al bulbo abierto y se esfumó.


sábado, agosto 27, 2016

Pensar el pensamiento





Nuestro mundo interior de sueños y visiones está antes que el exterior, el de los estímulos sensoriales. Esto es algo que los poetas han sabido siempre.
Esto constituye la negación más radical de la idea de la mente como una tabula rasa que durante los tres últimos siglos ha denominado la psicología "científica". Según esta visión de nuestro mundo mental, todos somos, como dijo John Locke, "pizarras en blanco" hasta que los estímulos del exterior escriben en ellas. La conclusión a la que llegaron Llinás y Paré en su investigación neurológica, y a la que décadas antes había llegado Moskvitin mediante la introspección y la observación, es que esa imagen es falsa. No somos un CD vacío a la espera de que la experiencia nos grabe. Filósofos como Platón, novelistas como Hesse, psicólogos como Jung y la tradición hermética y oculista occidental han sostenido exactamente lo contrario. En un sentido muy auténtico, somos microcosmos con todo un mundo dentro de nuestra psique que en muchos aspectos es mucho más rico que el "mundo real" según el cual se nos ha enseñado a medir nuestras posibilidades. Según el concepto científico de la mente, sueños, visiones, experiencias hipnagógicas y demás son desperdicios mentales destinados al cubo de la basura psíquico. Lo que cuenta es el mundo exterior y percibido en estado de vigilia, y nuestro interior, cuando está permitido considerarlo, no es más que una suerte de reflejo de lo que ocurre "ahí afuera". Tan estricta visión racionalista-mecanicista de la mente humana, que nos considera poco más que autómatas empujados por fuerzas externas, y que ha influido profundamente no solo en la psicología, sino en la política occidental de los tres últimos siglos, es sencillamente errónea. Como concluye Colin Wilson, uno de los pocos pensadores influyentes que han descubierto el libro de Moskvitin, "el mundo exterior se nos revela a nuestros ojos solamente en una versión limitada del más amplio mundo exterior.".
Moskvitin sabía que, si seguimos esta idea hasta su conclusión lógica, las consecuencias son muy hondas.


Pensar le pensamiento: Yuri Moskovitin y la antroposfera,  La historia secreta de la consciencia, Gary Lachman

A. Vivaldi: RV 662 / Par che tardo oltre il costume - Cantata for sopran...

domingo, agosto 14, 2016

El sueño de Tolstoi



Leon Tolstoi




En el ecuador de su vida, Tolstoi sufre una crisis existencial por la búsqueda infructuosa del sentido de la vida. Hombre esencialmente racional, indaga en la ciencia y en la filosofía de su tiempo sin éxito. La idea del suicidio sobrevuela su cabeza durante meses. Lo tiene todo: fortuna, fama y una familia a la que adora; pero nada le consuela. Su mente se revela contra su vida y le incita a ponerle fin. Tras este penoso camino, una mañana le surge un pensamiento que le hace replanteárselo todo. Si la razón es hija de la vida, ¿cómo es posible que dicha hija quiera acabar con su madre?

Tolstoi desvía la vista y decide tomar otro camino totalmente distinto. La trascendencia y la religión aparecen frente a él. Este nuevo periplo le lleva a la religión "oficial" en la que solo encuentra hipocresía y falsedad. Otra crisis le acecha de nuevo hasta que se acerca a las clases bajas, donde observa que la gente iletrada y pobre de la Rusia de su tiempo parece vivir feliz pese a sus enormes privaciones.

Todo este viaje, lo plasmará años más tarde en su libro, Confesión, del que os transcribo el sueño que aparece al final del mismo y que expresa de forma condensada todo lo anterior:



"Veo que estoy tumbado en una cama. No me siento ni bien ni mal, estoy echado boca arriba. Pero comienzo a preguntarme si estoy bien echado; me parece que mis piernas no están cómodas: no sé si la cama es demasiado corta, o tal vez desigual, pero no estoy bien; muevo ligeramente las piernas y al mismo tiempo comienzo a preguntarme cómo y sobre qué estoy tumbado, lo cual no se me había ocurrido hasta el momento. Al examinar mi cama, veo que estoy tumbado sobre un correaje de cuerdas trenzadas, fijadas a los bordes de mi cama. Tengo las plantas de los pies en una de las correas, las pantorrillas en otra, y siento que mis piernas no están cómodas. Por alguna razón sé que las correas se pueden mover. Y con un movimiento de piernas empujo la última. Me parece que así estaré más cómodo. Pero la empujo demasiado lejos, quiero atraerla con los pies, pero ese movimiento hace que se deslicen las otras correas bajo mis piernas, y mis piernas quedan colgando. Hago un movimiento con todo el cuerpo para corregir mi postura, totalmente convencido de que ahora lo lograré; pero con ese movimiento se deslizan y se mueven debajo de mí otras correas, y veo que la cosa va de mal en peor: toda la parte inferior de mi cuerpo desciende y queda colgando sin que los pies lleguen hasta el suelo. Me sostengo solo por la espalda, algo que añade a mi sensación de malestar otra de horror, sabe Dios por qué. Entonces me pregunto lo que antes ni siquiera se me había ocurrido: ¿Dónde estoy, y sobre donde estoy acostado? Me pongo a mirar a mi alrededor y en primer lugar miro hacia abajo, donde cuelga mi cuerpo, allí donde siento que no tardaré en caer. Miro abajo y no doy crédito a lo que ven mis ojos. No es que me encuentre a una altura parecida a la de una elevada torre o a la de una montaña, sino que estoy a una altura que nunca pude imaginar.
Ni siquiera puedo estar seguro de distinguir alguna cosa ahí abajo, en ese precipicio sin fondo por encima del cual estoy suspendido y que me atrae. Se me encoge el corazón, el terror se apodera de mí. Es horrible mirar allí abajo. Si lo hago, siento que resbalaré de las últimas correas y moriré. No miro, pero hacerlo es incluso peor, porque qué será de mí ahora, cuando me escurra de las últimas correas. Y siento que el miedo me hace perder mi último apoyo, que me deslizo lentamente por la espalda, más abajo, siempre más abajo. Dentro de un instante, me estrellaré. Y entonces se me ocurre una idea: no puede ser cierto. Es un sueño. Despiértate. Intento despertarme y no puedo. "¿Qué hacer, qué hacer?",me pregunto mirando hacia arriba. Allí arriba hay otro abismo. Contemplo ese abismo celestial y me esfuerzo por olvidar aquel otro abismo a mis pies y, en efecto, lo olvido. El infinito de abajo me repele y me horroriza; el infinito de arriba me atrae y me tranquiliza. Estoy suspendido por encima del abismo, sobre las últimas correas que todavía no se han deslizado; sé que estoy suspendido en el aire, pero miro hacia arriba y se disipa mi miedo. Como suela pasar en los sueños, una voz me dice: "fíjate bien, ahí está". Sigo mirando el infinito en lo alto llevando mi mirada más lejos, y siento que me sosiego. Me acuerdo de todo lo que ha ocurrido, y cómo ha pasado todo: cómo moví las piernas, cómo quedé suspendido, cómo tuve miedo y me liberé de ese miedo después de mirar hacia arriba. Y me pregunto: "Bueno, ¿todavía estoy aquí colgado?" No es que dé la vuelta, pero siento con todo el cuerpo ese punto de apoyo sobre el cual me sostengo. Y noto que ya no estoy colgado, y que no me caigo, sino que me sostengo firmemente. Me pregunto cómo me sostengo, palpo mi cama, me vuelvo y veo que debajo de mí, justamente en medio de mi cuerpo, hay una correa, y que, al mirar arriba, quedo en un equilibrio perfecto sobre ella, y que solo ella me sostiene. Y, como suele pasar en los sueños, el mecanismo gracias al cual me sostengo se me presenta con suma naturalidad, comprensible e indudable, a pesar de que para un hombre despierto este mecanismo no tiene ningún sentido. Incluso dormido me sorprendo de no haberlo comprendido antes.
Sobre mi cabeza hay una columna cuya solidez no deja lugar a dudas. aunque esa columna no reposa sobre nada. Una cuerda cuelga de manera muy ingeniosa, aunque muy sencilla, desde la columna, y si la mitad del cuerpo descansa sobre esta cuerda, no es posible caer. Todo se volvió claro para mí, y yo estaba contento y en paz. Entonces fue como si alguien me dijera:"Atención, acuérdate". Y me desperté.



sábado, junio 11, 2016

Nuestra consciencia y el mundo


















Con la intuición de un poeta y el escrutinio de un científico, Goethe había llegado a la crucial conclusión de que, contrariamente a lo afirmado por Descartes y sus seguidores, la consciencia humana no es un espejo que refleja pasivamente un mundo exterior cuyas "leyes" lo determinan con necesidad férrea, sino que es cocreadora de ese mundo. O, como dijo Steiner en un temprano trabajo sobre Goethe, refiriéndose a nuestra relación con el mundo exterior: " El hombre no sólo está ahí para formarse una imagen de un mundo concluido; no: él mismo coopera en la existencia efectiva del mundo".

De la ciencia de Goethe a la sabiduría del ser humano, Gary Lachman.





jueves, junio 02, 2016

La condena de Perséfone

Perséfone oliendo la granada que le encadenará al inframundo



Sin duda la ciencia es diestra en la obtención de muchas respuestas, aunque carezca de valentía para plantear ciertas preguntas. 





miércoles, mayo 18, 2016

Hombre asomado a su ventana






Seis pájaros azules me dan la espalda
sobre la rama desnuda apoyan sus garras pardas.
Sus picos, doce castañuelas mudas,
aguardan cerrados la llegada del alba.

Hacia el río caminan tres mujeres:
dos viudas de ojos secos y
una joven con el vientre hinchado
que cabila distraída bajo mi ventana.

Un lejano ladrido asusta a los pájaros
que extienden sus alas y alzan el vuelo
dejando una ola turquesa flotando sobre la rama vestida.

Soy una de esas aves que sobrevuelan mi casa
y me gusta la sensación de la libertad recobrada,
de las plumas aplastadas por el aire,
del palpitar del trigo bajo mi sombra.

Me desvisto de plumas y pico
y me dejo caer sobre el vientre preñado.
Soy el feto que flota entre el éter dulzón
que me alimenta mientras
voy olvidando todo lo que fui,
para amar a la madre que intuyo ahí afuera.

A través del cabello de mi madre
paso a las manos de la vieja que lo trenza,
y que saluda al vecino asomado a su ventana
que no responde.







martes, mayo 03, 2016

Los buenos regalos









Para sobrellevar esta vida, Dios nos regaló la risa y el Diablo los libros.
El sexo lo encontró el hombre tras los matorrales donde copulaban las 
bestias, y lo utiliza para traer al mundo más hombres a los que hacer 
reír y enseñar a leer.

sábado, abril 02, 2016

Redes Sociales








Me pregunto si la expresión "redes sociales" se utiliza en la cualidad que tienen éstas de enlazar puntos dispersos o, más bien,  en la de atrapar al incauto individuo del siglo XXI.



viernes, marzo 25, 2016

Pregunta práctica







Si en las ciudades contamos ovejas para poder conciliar el sueño...
.... ¿qué hacen en los pueblos para conseguir dormirse?

martes, marzo 08, 2016

Mi tatarabuelo Timoteo





     Recuerdo, como si se tratase de un sueño, la primera y última vez que visité a mi tatarabuelo Timoteo. Yo era un niño de nueve años y él cumplía los ciento veinticinco. Con ocasión de esa efeméride nos reunimos gran parte de la familia en el pueblo donde había transcurrido toda su vida. Enviudó a una edad lógica y desde entonces lo cuidaba una sobrina-nieta, ya que no le vivía ningún hijo y los nietos y bisnietos salieron del pueblo cuando aún creían en las promesas de la ciudad que llegaban con los muleros, traperos y otras visitas.
    En el camino mi padre me contó que Timoteo había nacido en la casa en la que iba a morir. Que no conocía la televisión, ni ningún otro electrodoméstico. Que ni siquiera se puso la luz cuando ésta llegó al pueblo. Nos contó -yo entonces no le entendí- que cuando murió su mujer la dejó marchar con resignación; como si se apeara de un tren al llegar a su estación, mientras él aún debía seguir el viaje a un lejano y desconocido destino.
     La casa era de abobe y la levantó junto a sus padres tutelados por el albañil del pueblo aprovechando la estructura de un corral abandonado. Toda la familia, salvo mis primos Jaime y Raúl que corrían por el dormitorio del segundo piso, estaba en la cocina rodeando al homenajeado. Yo iba escrutando las paredes, el suelo, el espejo, y el resto de los muebles con la avidez de un antropólogo. Cuando llegué al dormitorio me sorprendió el tipo de cama que presidía la habitación, fabricada con una madera oscura sin ningún adorno y de una altura increíble. Se me fue la vista al viejo crucifijo al que se aferraba una araña patilarga y culicorta con el ansia de una beata. En ese momento, Jaime tropezó con una pata de la cama desgajándola. Pasado el susto, nos dimos cuenta de que la cama mantenía la horizontalidad pese a la pérdida de uno de sus cuatro soportes. Mis primos decidieron forzar la situación y arrancaron la otra pata delantera, pero la cama siguió manteniendo la misma horizontalidad. Colaboré hasta dejar la cama sin sus cuatro patas, a pesar de lo cual ésta quedó levitando sobre el suelo embaldosado. Desguazamos los dos arcos sobre los que se sostenía la vieja mecedora, sin conseguir que cesara su balanceo pendular. Arrancamos el clavo que sostenía el crucifijo, pero éste no cayó. Abrimos, no sin esfuerzo, el ventanuco oxidado, pero no entraron ni el aire, ni la luz del exterior. Un miedo desconocido se apoderó de los tres y nos impulsó fuera de la habitación  en dirección a la cocina en busca de la protección paterna. 
     Sorprendentemente nadie nos regañó nunca por las tropelías perpetradas en aquel dormitorio centenario. Prometimos llevarnos el secreto a la tumba, por lo que ruego a quien lea este relato que lo olvide al llegar al punto final que verá a continuación.

lunes, febrero 29, 2016

Biografía del silencio






"Estamos tan lamentablemente apegados a nuestros puntos de vista que si pudiéramos vernos con cierta objetividad sentiríamos vergüenza y hasta compasión por nosotros mismos. El mundo tiene graves problemas por resolver y el ser humano está, por lo general, embebido por problemas minúsculos que ponen de manifiesto su cortedad de miras y su incorregible mezquindad"


Pablo d'Ors

viernes, febrero 12, 2016

Desnudarse del todo






Isabel llegó a casa después de un día de duro trabajo. Estaba fatigada y le pesaban los ojos. Al entrar en su apartamento colgó el abrigo en la percha del recibidor. Continuó hasta el dormitorio donde se quitó la blusa y los pantalones pitillo que había estrenado precisamente esa mañana. Se recostó en la cama vestida únicamente con las bragas. Sonrió al ver que de su mano colgaba el sujetador y lo dejó caer al suelo. Su piel fue apoderándose de la colcha, pero no conseguía calmarse. Sentía un molesto zumbido como el de su coche cuando lo aparcaba en un tórrido día de verano y el ventilador seguía trabajando debajo del capó pese a estar el motor apagado. Se puso de lado, boca arriba, boca abajo, del otro lado. Nada.
Se dio una ducha para refrescarse y se colocó frente al espejo. Como aún notaba cierta ansiedad y ya no tenía ninguna prenda de la que deshacerse, decidió prescindir de los complejos. Se los fue arrancando de la piel uno a uno y dejando las tiras sobre el lavabo. Al cabo de un rato recogió el montón y lo tiró por el water.  Luego pensó que sería una buena idea acabar con sus adicciones. Las encontró tras las orejas y en las ingles. Esta vez empleó una toallita húmeda para retirarlas. Eliminar los miedos fue el siguiente objetivo, pero por más que los buscaba no los hallaba. Notaba sus efectos opresivos sobre el tórax, pero no los veía. Al final, palpándose un pecho notó un anillo muy fino que rodeaba sus mamas y lo retiró con sumo cuidado. En pleno frenesí, pensó en deshacerse de sus deseos. Para ello usó un algodón desmaquillante y lo fue untando en el espacio entre los labios y los dientes. Siguió con las ideas, los proyectos y los recuerdos, estos últimos enredados entre su hermosa melena rubia.
Volvió al dormitorio, abrió la ventana  y se acostó. El aire le acercó el trino de los pájaros y el rumor de hojas y ramas. Esa noche no cenó. Durmió profundamente como el bebé que fue y al que ya había olvidado.

domingo, febrero 07, 2016

La tableta de chocolate





Cuando el niño alcanzó finalmente la tableta de chocolate que su madre había escondido en la parte superior del armario de la cocina, esbozó una sonrisa victoriosa y se encerró en su habitación.
Cuando la madre vio los restos del envoltorio repartidos por la mesa y el suelo y la banqueta fuera de su lugar, esbozó una sonrisa bondadosa mientras decidía cuantos minutos le dejaría a solas con su sabroso trofeo antes de intervenírselo.
Cuando la niña escuchó las quejas de su hermano y lo vio refunfuñar con la boca pringada de chocolate, esbozó una sonrisa y lo llevó ante un espejo para que comprobase el aspecto tan ridículo que tenía.