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viernes, abril 18, 2014

Página 105




Inmerso en mi tercer intento de leer Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, leo la noticia de su muerte. Esta coincidencia me ha hecho pensar en el paso del tiempo y en como ha cambiado mi forma de leer:

El gusto por la lectura me atrapó en una edad temprana. Con apenas catorce años me escapaba a una librería de viejo sita en "El tubo" de Zaragoza y por cien pesetas adquiría
libros de páginas amarillentas y la mayoría de las ocasiones incompatibles con mi edad. Esa librería ya no existe, pero los libros permanecen en mis estanterías algunos de ellos esperando ser leídos aún. La lectura en los siguientes años siguió en esa tónica; compraba libros baratos que muchas veces dejaba plantados en la página 45 o la 87, ... La impaciencia -inherente a esa edad- me impedía esperar a encontrar algo interesante antes de abandonar a mi pareja en medio del baile. Es curioso comprobar la diferente apreciación que tenemos las personas del paso del tiempo dependiendo de la edad en que hagamos la observación. Cuando somos jóvenes creemos que somos inmortales. Saboreamos todo con prisa, convencidos de que para todo habrá una segunda oportunidad por lo que no nos importa dejar las cosas a medias.  

Ahora me encuentro en otra edad, digamos en una edad intermedia. Aquí me encuentro cómodo, pero lamentablemente ya soy consciente de que soy mortal. Valoro más el tiempo y procuro no dejar nada inconcluso. Debo decir que este paso de ecuador no ha sido sencillo, nada sencillo. Pues bien, la nueva fase vital en la que me hayo inmerso también ha afectado a mis hábitos de lectura. Ahora selecciono con pulcritud los libros que voy a leer. Aunque ocasionalmente dejo espacio a la improvisación, llevo varios años recuperando los clásicos. Llegamos a un pacto de caballeros: Ellos me muestran los brillos que les hicieron merecedores de tantos honores y yo me comprometo a completar su lectura. Hasta el momento ambos estamos cumpliendo nuestro pacto.

Cien años de soledad es un ejemplo de todo lo que he explicado. Me lancé a su lectura hace tiempo, pero lo dejé en los primeros capítulos. Hace unos días lo retomé con el compromiso de terminarlo esta Semana Santa.

Voy por la página 105.

sábado, abril 05, 2014

El alma de los relojes




Voy a desvelar un secreto reservado hasta ahora a unos pocos relojeros: el alma de los relojes.

En el momento en el que el artesano da cuerda a la maquinaria por primera vez y observa pacientemente como su obra empieza a latir, un alma de reloj se introduce en sus engranajes. Estas almas pululan a millones por el espacio esperando el momento propicio para ocupar su nuevo hogar. Una vez dentro, animarán los movimientos de los escapes y las oscilaciones de los volantes. No pueden elegir el cuerpo mecánico en el que fijar su residencia, ya que éste podrá variar desde un simple reloj de cuerda, hasta un aristocrático tourbillon.

Lo más curioso de este proceso es el tiempo de permanencia del alma en la máquina:
A diferencia de lo que ocurre en el reino animal -donde ésta ocupa el cuerpo desde la concepción del embrión hasta el fallecimiento-, en los relojes el alma estará obligada a abandonar el artilugio en el mismo instante en el que éste se pare por falta de cuerda o por el agotamiento de la batería. Debido a esta fugacidad, el estrés de las almas de los relojes es máxima. Si el humano desabrocha la correa de un reloj de cuerda y lo deposita en un cajón, el alma es capaz de calcular las horas que le quedan para despedirse. En cambio, si es un reloj de cuarzo, sabe que aún le pueden quedar meses o incluso años de vida, pese a vivir en la oscuridad y rodeado de inútiles cachivaches.

En cuanto el dueño del reloj le dé cuerda nuevamente, o le cambie la pila, otra alma distinta ocupará nuevamente la máquina. Es sin duda uno de los casos de reencarnación más peculiares que se conocen en el universo.