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sábado, septiembre 09, 2023

La vieja aldea

 La vieja aldea languidecía abandonada a su suerte bajo el peso de la rendición.

Cada vez eran menos las ventanas que permanecían iluminadas tras oscurecerse el horizonte.

Los perros engordaban aburridos en la plaza del ayuntamiento al no haber niños a los que ladrar ni de los que huir.

Hasta las criaturas invisibles se mudaron tiempo atrás: los fantasmas, hartos de no distinguirse de los vivos; los ángeles de la guarda, tras pedirle dispensa a Dios, sabedores de que ya era un lugar yermo de pecados y errores.

El aroma que transportaba la ligera brisa nocturna carecía de matices acuerados y ahumados: se percibía más transparente, casi desértico.

Todos se dormían en la vieja aldea conjurando un sueño piadoso, esperando que el próximo amanecer contara también con ellos.

Cientos de guijarros, ajenos a cualquier fugacidad humana, agradecían la milenaria caricia del agua del riachuelo sobre sus lomos redondeados.