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domingo, septiembre 27, 2015

"Felicidad para todos"
















Hace cinco meses que murió mi madre de forma repentina e inesperada. No emplearé ni un minuto en describir el dolor y el vacío que me ha supuesto su pérdida. Todos los que lean estas lineas y hayan pasado por este trance me entenderán.
Pues bien, esta mañana buscando unos datos en los contactos de WhatsApp me he encontrado con su cuenta y con la frase que tenía puesta en su "estado".
¡Ésta era mi madre!






miércoles, septiembre 16, 2015

Un nacimiento anormal






Yo no tuve la suerte de tener un nacimiento normal como vosotros.
La mañana del parto mi madre permanecía sobre la estrecha cama del hospital acompañada por una matrona. Recibía sus consejos con la respiración inquieta. En breves momentos la pasarían al paritorio donde ya le esperaban el doctor y dos enfermeras más. Mi padre llegó en ese momento.  Cuando entró en la sala, mi madre tenía las pantorrillas sobre dos soportes elevados, la mirada crispada y la cabeza pincelada de un sudor agrio.
¡Empuja, empuja!- le animaban todos los presentes.
El tocólogo procedió a extraerme. Se inclinó hacia el vértice formado por las piernas de mi madre con ambas manos orientadas hacia la entrada del túnel, e inesperadamente retrocedió dos pasos y miró a la matrona con incredulidad. Le cogió del brazo y le obligó a acercar la mirada al túnel. La expresión de la matrona intranquilizó aún más a los presentes. Se hizo un tenso silencio en la sala que solo se rompió por la expulsión forzosa de mi padre.
En cuatro minutos, un huevo blanco del tamaño del de una avestruz dominaba la sala sobre un soporte improvisado. Las dos enfermeras, la matrona y el doctor lo rodeaban escrutándolo como si se tratara de un OVNI. Mi madre se desmayó impresionada por tan inesperado parto. Lógicamente no existen protocolos para afrontar la situación ante la que se encontraban los sanitarios. El doctor decidió aplicar una luz sobre la cáscara para vislumbrar el interior. Me vio encogido en un estado de desarrollo propio de un sietemesino, tras lo que exhaló un suspiro de alivio. Con no poca resistencia por su parte, consiguieron convencer a la matrona para que dedicara las dos próximas semanas a incubarme. Tras hablar con la dirección del hospital, reunida de urgencia, le habilitaron una salita contigua a la de las incubadoras. Recortaron un colchón para darle una forma redondeada y lo colocaron sobre el suelo. Sobre el colchón instalaron una silla a la que habían retirado previamente el asiento. Y, finalmente, apoyaron el huevo entre las patas de la silla. Ante el disimulado cachondeo de los presentes, la matrona se quitó las bragas y posó sus generosas nalgas en la silla, hasta cubrirme la parte superior de la cáscara. Recuerdo el placer que me produjo la nueva situación, en la que la naturaleza volvía a aportarme el calor imprescindible para completar mi desarrollo. Las autoridades sanitarias prohibieron taxativamente que trascendiera cualquier noticia a los medios de comunicación, así que todo el proceso transcurrió en la más absoluta oscuridad.
A mis cuarenta años ya no queda ningún rastro de aquellos azarosos días. Solo guardo una mitad de la cáscara en la que atesoro las bragas y la bata de la matrona; mi madrina.