Desde mi ventana observo apoyada sobre la cubierta de un edificio cercano una antena con una altura de cuatro pisos. Su estructura es simple y esquelética. Consta de una larga barra metálica cruzada por otra horizontal de menor tamaño, afianzada la primera a la base por múltiples cables de acero que parten de ella como hilos de plata.
No muy lejos se encuentra la parroquia del barrio: un edificio con forma de ovni construido a principios de los años setenta y que está rematada por una espigada y esquemática Cruz.
Concluyo que El Hombre siempre ha tenido la necesidad de arañar el cielo; en un principio para llamar la atención de su Dios, y actualmente para ver la televisión. En ambos casos, buscando, sin ser conscientes, alejarse de la mirada interior que tanto miedo nos da y nos ha dado siempre. Nos aterra el silencio, la soledad, y por eso buscamos distracciones
fuera.
Quizá toda esta calamidad les sirva a algunos para retomar esa búsqueda interior abandonada hace tanto tiempo. Ojalá lo consigáis vosotros y me contéis lo que encontráis dentro de ese abismo interior donde dicen, los que ya estuvieron ahí, que se encuentran todas las respuestas sazonadas por una embriagadora luz y una calma infinita.