El 10 de febrero de 1936 a las 18 horas y 45 minutos, Mike
Ivanioth, cansado de buscar respuestas, cerró el libro y se tendió sobre
las sábanas de su cama despojada de la colcha.Una desapacible lucidez, antesala de la locura, parecía
batirle las neuronas, que según iban muriendo desmigajadas bajo las aspas de la
brusca iluminación, dejaban su espacio a
inexplicables burbujas de magia.
El 10 de febrero de
1936 a las 18 horas y 57 minutos, Mike Ivanioth, sabiendo que obraba mal, rasgó el fosforo y lo arrojó
sobre la colcha, que acercó ardiente a la cortina. Se desnudó entre carcajadas y alimentó
la improvisada pira con sus prendas. Acercó
la palma de la mano al fuego para cerciorarse de que esta vez jugaba en el
excitante mundo de la realidad y no en el confortable pero insustancial
territorio de la fantasía.
El 10 de febrero de 1936
a las 19 horas y 3 minutos, Mike Ivanioth salió a la calle y giró tres veces
sobre su eje con los brazos extendidos, sintiendo la libertad en el voltear
de sus genitales.
El 10 de febrero de
1936 a las 19 horas y 12 minutos -según el informe policial-, Mike Ivanioth, tras alejarse cuatro manzanas de su casa y, saboreando extasiado la felicidad plena como nunca antes había ni siquiera
imaginado, se lanzó bajo las ruedas del autocar que no pudo esquivarle.