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domingo, noviembre 08, 2009

JULIA Y EL EXTRAÑO PUNTO EN EL CIELO



Hola a todos. Soy Julia. Sí, el creador de este blog os
ha traído algún relato sobre mí, pero ahora me toca contaros
un suceso que me atormenta desde esta mañana. Todo esto

puede resultar extraño. Un personaje que se escurre de las
manos del escritor, y encuentra una ventana para ponerse
en contacto con sus lectores. No os preocupéis. Es un
buen tipo y, (no se lo digáis), bebe los vientos por mí.
Pues bien, hechos los preámbulos, comienzo mi narración:

Esta mañana a eso de las once, al cruzar el portal de mi casa,
observo como un peatón mantiene la vista fija en el
cielo. Instantáneamente, recorro la acera con la mirada y
descubro que la totalidad de los viandantes soportan sus
cabezas inclinadas hacia atrás, enfocando los ojos en un
mismo punto elevado. Mi primer acto consiste en buscar
este punto en el cielo, pero no logro divisar nada digno
de llamar la atención de tantas personas. Impotente, me
acerco a un señor y le pregunto qué es lo que les mantiene
absortos. Sin mover la cabeza, me contesta malhumorado
en un idioma ininteligible. Todos los coches están parados
en medio de la calzada con sus ocupantes fuera de los
habitáculos en idéntica posición. Ninguno toca la bocina
pese al atasco formado. Un bebé, en un carrito, permanece
callado pese a una ostensible cantidad de mocos y babas,
que en otras circunstancias le hubieran provocado un
insoportable llanto. El asombro deja paso al miedo, y
lanzada por el instinto de conservación, comienzo una
carrera que me lleva a cruzar plazas y calles, escenarios
todos ellos del mismo espectáculo. Jadeo, sollozo, me
arrodillo, y con la mano temblorosa, marco el teléfono
de mi madre. Nada. Silencio. Llamo a la policía. Nada.
Silencio. Descarto la posibilidad de robar uno de los
miles de vehículos que permanecen abiertos con las
llaves puestas, al no poder circular por la calzada. Encuentro
una bicicleta recostada sobre una farola y decido pedalear
hasta salir de la ciudad. A varios kilómetros de la urbe, llego
a una gasolinera, en la que entro para avisar de la locura
que he dejado atrás. Nada. El mostrador está vacío. Camino,
despacio, hacia la parte trasera de la caseta. El miedo ha
descontrolado mi mandíbula mientras me acerco,
desesperanzada, a la explanada. Ahí están los tres empleados
mirando ese maldito punto del cielo que me es vedado. Una
furia incontrolable me lanza contra uno de esos desgraciados.
Le sujeto, con las manos, la cabeza y me cuelgo para intentar
bajársela, pero sus aullidos me estremecen y suelto la presa,
mientras ésta balbucea una lengua desconocida.
Me apropio de uno de los vehículos y de un ordenador

portátil. Arranco el motor y recorro llanuras, montañas,
cruzo regiones y países. Por seguridad, no voy a desvelar
desde donde escribo estas líneas desesperadas, pero os doy
un consejo. Si las habéis leído, significa que estáis en vuestras
casas delante del ordenador. No se os ocurra asomaros a la
ventana ni salir a la calle y rezad. Rezad.

# Julia #

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