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domingo, noviembre 22, 2009

EL PEZ AZUL



Soy un pez azul, perezoso y de largas aletas. Hasta
ahí sería todo normal; pero si permanecen atentos
a lo que sigue a continuación, descubrirán mi extraña
historia. No siempre he sido un pez. De hecho, lo soy
desde hace dos meses. Todo empezó con una
intensa e imposible historia de amor. Cuanto más

intensa más imposible. Cuanto más imposible más
intensa. Creo que la imposibilidad alimentaba la
intensidad. Como en los cuentos clásicos, el obstáculo
debía ser derribado con magia. Y me puse a trabajar
en ello. Siempre, desde muy niño, he creído que lo
que nos rodea y es fácil de ver, oir o tocar, no merece
tanto la pena como lo que se nos oculta invisible,
silente o desmaterializado. En esa primera parte
de mi vida, la magia estaba tan presente como el aire
que respiraba, y como él, penetraba hasta el bronquiolo
más escondido. Se trataba, pues, de invocarla
nuevamente. No fue una tarea sencilla ya que según
vamos cumpliendo años y perdiendo la inocencia, una
implacable esclerosis emocional nos cierra los poros
por los que nos relacionamos con la magia.

Mi insistencia fue tanta que una noche tuve el sueño.
Una voz ronca me aclaró que mis súplicas habían
sido escuchadas. Me preguntó si estaba dispuesto a
que mi vida cambiara de manera radical. Tras mi
respuesta positiva, me pidió que llorase. Sus palabras
exactas fueron: "Llora. Llora hasta llenar un dedal, y
luego sigue llorando hasta llenar un vaso, y una cacerola,
no pares hasta que reboses este barreño." Así lo hice.
Entonces me ordenó: "Ahora métete en el barreño".
Obedecí. Desnudo y en posición fetal, agarrados los
tobillos con mis manos, me sumergí girando sobre mi
eje hasta llegar al fondo. Sentía el agua tibia en contacto
con mi piel y saboreaba su salinidad. La voz, aún más
grave, terminó: " Despierta".

Desperté dentro de una pecera, en una casa extraña, y
convertido en un pez azul y de largas aletas. En los
primeros instantes no pude abrir los ojos, tan solo podía
escuchar el eco de unos golpecitos en el cristal.
Transcurridos unos segundos recuperé la vista y la vi.
Ahí estaba Julia con sus enormes ojos verdes pegados
a la pecera, observándome desde el otro lado; al que
yo había pertenecido hasta hacía una horas. Avancé
hacia Julia y acerqué mi ridícula boca redonda
adhiriéndola al cristal como una ventosa. Julia me
sonrió e imitó mi gesto. Fue un beso raro, pero lleno
de complicidad. A partir de ese día, pertenezco a un
nuevo mundo acuático. Varias veces al día, Julia se
acerca y repetimos el rito del beso-ventosa.
El resto de la jornada lo lleno con mis recuerdos.

Ahora sólo espero que Julia tenga un sueño en el que
una voz grave le pida que llore.

@el grito en el cielo

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