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martes, julio 14, 2009

DESPEDIDA DE UN PEZ


Sí, yo era ese pez de la fotografía. Aunque parezca
increíble llevaba tres años nadando en círculos
con la única frontera del cristal de la pecera, que los
humanos que me cuidaban, compraron el mismo día
en que llegué a su casa. No les he dado mucho trabajo,
ya que tan sólo han tenido que alimentarme, cambiarme
el agua periódicamente y limpiar de microorganismos
mi traslúcido hogar. Me consta que la familia sentía
cierto afecto por mí. Y eso que, a diferencia de un
mamífero, a mí no me podían acariciar, ni sacarme
de paseo. De vez en cuando, algún humano acercaba
tanto su cara a la pecera que dejaba un rastro de
vaho. Cuando esto ocurría, yo aproximaba mi inexpresiva
boca al cristal lo que parecía hacerles gracia.

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Pero ayer acabó todo. Los peces, a diferencia
de los humanos, sí que sabemos cuando va a llegar
nuestra hora. No solo eso, también sabemos lo
que debemos hacer cuando llegue ese momento.
A primera hora de la mañana, cuando la familia
salía a sus quehaceres diarios, agité la cola más
fuerte de lo normal pero no llamé su atención.
Daba igual. Siguiendo un manual no escrito, pero
que viene repitiéndose desde hace millones de años,
aleteé hasta la superficie y me dí la vuelta dejando
mi abdomen asomando ligeramente fuera del agua.


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Ya no estoy para observar la reacción de la
familia ante mi muerte, pero lamentaría
haberles causado algún dolor.
(el grito en el cielo)

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