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domingo, enero 06, 2013

DÍA DE REYES




David contempla los regalos de reyes  con nerviosismo.  Le tiemblan las manos,  por lo que su madre que le tiene abrazado por detrás, le ayuda a desenvolverlos. Su padre les graba  con la cámara del móvil.  En Motril hace dos horas que salió el sol, el cielo está azul y el aire sopla con tanta timidez que apenas se nota.  
Menelik  siente también como los brazos de su madre, ahora dormida,  le rodean el cuello. La misma gaviota que hace treinta minutos sobrevolaba la casa de David, proyecta una sombra fugaz sobre la cara de Menelik.
Los papeles, de vistosos colores, aparecen desparramados por el suelo, las cajas reventadas y los regalos están siendo examinados por los legañosos ojos de David.

A Menelik el vaivén de las olas no le ayuda a coger el sueño.  El sol se va enseñoreando del firmamento y Menelik sabe que debe volver la cara. Si su madre estuviera despierta le pondría las manos en forma de visera para evitarle sus rayos.  A Menelik y a los otros diecisiete ocupantes de la barcaza, el color de la piel les protege de las quemaduras solares; pero no de la mezcla de gasóleo y salitre que parece querer cocinarles en vida.
David desayuna con sus padres en la cocina. Sabe que tardarán meses en volver a estar los tres juntos. Por lo menos hasta su cumpleaños.

Moroni, el de mayor edad, se incorpora y, en precario equilibrio, intenta llamar la atención de un barco naranja que se les acerca, aún diminuto.  Es la segunda embarcación que divisan en diez días. A la primera la evitaron.
El padre de David recibe una llamada. Recoge las llaves del coche y sale corriendo. En el último instante se para, llama a David, le besa y le dice que le quiere. David sonríe porque sabe que es cierto.

Menelik, su madre y Moroni ya han sido rescatados junto con el resto de los ocupantes de la patera y subidos al navío de Salvamento Marítimo.  Algunos pueden mantenerse erguidos, pero la mayoría son atendidos sobre la cubierta. Menelik nota un gran nerviosismo en los rostros de los hombres blancos que les asisten.

El padre de David espera, a pie de pasarela, a que desembarquen a los emigrantes. Le han avisado de que hay seis casos graves entre ellos. Pese a su experiencia como médico de urgencias, no se acostumbra a lo que llega en este tipo de servicios. Atiende primero al único niño del rescate. Efectúa una rápida comprobación de su estado y le hidrata con cuidado.
Menelik le mira agradecido y corre en busca de su madre.

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