David contempla los regalos de reyes con nerviosismo. Le tiemblan las manos, por lo que su madre que le tiene abrazado por detrás,
le ayuda a desenvolverlos. Su padre les graba con la cámara del móvil. En Motril hace dos horas que salió el sol, el cielo
está azul y el aire sopla con tanta timidez que apenas se nota.
Menelik siente
también como los brazos de su madre, ahora dormida, le rodean el cuello. La misma gaviota que hace
treinta minutos sobrevolaba la casa de David, proyecta una sombra fugaz sobre
la cara de Menelik.
Los papeles, de vistosos
colores, aparecen desparramados
por el suelo, las cajas reventadas y los regalos están siendo examinados por los
legañosos ojos de David.
A Menelik el vaivén de las olas no le ayuda a coger el sueño.
El sol se va enseñoreando del firmamento
y Menelik sabe que debe volver la cara. Si su madre estuviera despierta le pondría las manos en forma de visera para evitarle sus
rayos. A Menelik y a los otros diecisiete
ocupantes de la barcaza, el color de la piel les protege de las quemaduras
solares; pero no de la mezcla de gasóleo y salitre que parece querer cocinarles
en vida.
David desayuna con sus padres en la cocina. Sabe que tardarán
meses en volver a estar los tres juntos. Por lo menos hasta su cumpleaños.
Moroni, el de mayor edad, se incorpora y, en precario
equilibrio, intenta llamar la atención de un barco naranja que se les acerca,
aún diminuto. Es la segunda embarcación
que divisan en diez días. A la primera la evitaron.
El padre de David recibe una llamada. Recoge las llaves del coche
y sale corriendo. En el último instante se para, llama a David, le besa y le
dice que le quiere. David sonríe porque sabe que es cierto.Menelik, su madre y Moroni ya han sido rescatados junto con el resto de los ocupantes de la patera y subidos al navío de Salvamento Marítimo. Algunos pueden mantenerse erguidos, pero la mayoría son atendidos sobre la cubierta. Menelik nota un gran nerviosismo en los rostros de los hombres blancos que les asisten.
El padre de David espera, a pie de pasarela, a que desembarquen a los
emigrantes. Le han avisado de que hay seis casos graves entre ellos. Pese a su
experiencia como médico de urgencias, no se acostumbra a lo que llega en este
tipo de servicios. Atiende primero al único
niño del rescate. Efectúa una rápida
comprobación de su estado y le hidrata con cuidado.
Menelik le mira agradecido y corre en busca de su madre.
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