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domingo, octubre 04, 2009
LA MONEDA DE CINCUENTA CÉNTIMOS
El tiempo se paró en casa de Daniel. Fue de golpe,
inesperado y cruel. El primer grito de auxilio de
Daniel llegó a los oídos de su padre como un mazazo.
Algo interrumpía el llanto, algo sólido se interponía
entre sus pulmones y su boca. Con tres pasos largos
en distancia pero breves en tiempo, llegó Javier
a la habitación donde su hijo acababa de tragarse
la moneda que amenazaba su vida. Arrodillado
sobre el suelo, agitaba los brazos pidiendo ayuda,
mientras los pulmones se contraían y se expandían
con una brutalidad inusitada en relación al tamaño
de su cuerpecito. Las convulsiones acababan
en estertores, pero no conseguían expulsar el metal.
Javier, aturdido por una fuerte descarga de adrenalina,
intentaba calmarse, pero los latidos de su corazón
fuera de control, le recordaban constantemente que la
situación que estaba viviendo era límite. Sabía que
tenía tres minutos como máximo para evitar la
tragedia. Tras analizar la situación, tomó la decisión
de no realizarle la maniobra de Heimlich, ya que si
no resultaba bien, habría perdido un tiempo precioso.
Aprovechando la cercanía de un hospital a su domicilio,
optó por calzarse, coger en brazos a Daniel y recorrer
los cuatrocientos metros que le separaban del hospital.
Se sorprendió por la sensación de levedad que le producían
los quince kilos de su hijo, sin duda provocada por el
cargamento extra de oxígeno que bombeaba su
corazón disparado por el desparrame hormonal. Padre
e hijo permanecían unidos por un líquido lechoso formado
por los vómitos del niño. Al llegar a la calle, Daniel se agitó
de nuevo, pero un instinto irracional frenó la carrera
de Javier al notar que el aliento llegaba al cuerpo de
su hijo regando de oxígeno sus tiernos pulmones.
Entre sollozos, Daniel llamó a su madre. La moneda
de cincuenta céntimos se había introducido finalmente
en el esófago, liberando así las vías respiratorias.
En una hora y bajo anestesia general, le extrajeron
la maldita moneda. No hay cirujano que pueda
extraer el susto a sus padres.
(Esta es una historia real sucedida al que la cuenta, aunque
hubiera deseado no tener que contarla nunca)
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