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martes, febrero 16, 2010

JULIA Y MÓNICA



Julia se está levantando antes de lo habitual. La noche anterior
no se conformó con programar su despertador y conectó además
la alarma del móvil. Su sonrisa es tan intensa que el solo hecho de
acercarte a su cara te aporta un frescor contagioso. La ducha es
breve pero Julia disfruta de cada gota que toca su piel. Cuando Julia
está preocupada suele utilizar la estrategia del caracol encerrándose
dentro del caparazón; pero hoy muestra todo el cuerpo al exterior.
Y esa presencia se ha apoderado del baño y del pasillo. Incluso las
baldosas de la cocina absorven su imagen y la proyectan en todas
las direcciones. El vapor del café recién hecho se confunde con su
agradable olor a piel enjabonada. Su madre le pregunta si recuerda
bien la hora de llegada del tren. A lo que Julia contesta con un
lacónico -mamá-. Se miran y se ríen. Julia adora a su madre.
Muchas veces tiene la tentación de abrazarla espontáneamente, sin
un motivo aparente, pero se contiene. Al final siempre se contiene.
Tras dar buena cuenta del desayuno, regresa a su dormitorio y
se viste. Se sienta en la silla y vuelve a abrir el último correo de
Mónica. Llegaré a las 10h, besos. Lo ha leído muchas veces
pero su lectura le aporta una sensación especial. Como si tocara
un amuleto.
Julia vive cerca de la estación. Pasa del ascensor y baja las
escaleras posando los pies solo en los escalones impares. Ya en
la calle, se fija en los rostros de las personas con las que se cruza.
Algunos son vacíos, otros reflejan preocupación, muchos
nerviosismo, derrota o ilusión. Seis meses. Julia vuelve a la realidad
con esa frase. Seis meses. Ese es el tiempo que su amiga ha estado
fuera. Mónica y Julia son como hermanas. Se conocen desde
pequeñas y desde entonces se quieren. Han crecido juntas. Han
jugado juntas a los juegos que correspondían a las diferentes edades
por las que han pasado unidas por una amistad a prueba de cincel.
Se lo cuentan todo, se comprenden y se respetan. Un amigo común
pudo observar en una fiesta, celebrada hace unos años, como durante
un rato en el que ambas permanecieron en silencio, entablaban una
comunicación no verbal basada tan solo en miradas.
Julia ha llegado a la estación. Permanece de pie frente al monitor y
comprueba que el tren llega puntual. Quince minutos. Las manos en
los bolsillos. Diez minutos. Las manos fuera de los bolsillos. Cinco
minutos. Un pitido. El silbido de unos frenos. Familias, maletas,
abrazos, niños que se escapan, madres que los buscan. Mónica.

@ El grito en el cielo

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