Al igual que todos los escritores, Virginia Woolf derrama
sus vicios y virtudes sobre su personaje Orlando.
La lectura de esta novela es un goce para los sentidos y
obliga al lector a pararse en algunas descripciones para
así poder saborearlas por segunda vez.
En el segundo capítulo nos habla del amor por los libros
que profesa nuestro protagonista; el joven aristócrata
Orlando:
"Su afición por los libros era temprana. De chico los pajes
lo sorprendían leyendo a la medianoche. Le quitaban la
vela, y criaba luciérnagas que ayudaban a su propósito.
...Orlando era un hidalgo que padecía del amor a la
literartura.
...no tenía más que abrir un libro para que esa vasta
acumulación se hiciera humo. Desaparecían los nueve
acres de piedra que eran su casa; se evaporaban los
ciento cincuenta sirventes; se volvían invisibles los
ochenta caballos de silla; sería prolijo enumerar las
alfombras, divanes, tapicerías, porcelanas, platerías,
vinagreras, calentadores y otros bienes muebles, a
veces de oro macizo, que se desvanecían bajo la misma
como niebla marina. Así era, y Orlado se quedaba solo,
leyendo, un hombre desnudo.
...Pero algo peor venía. Pues una vez que el mal de
leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte
en una fácil presa de ese otro azote que hace su habitación
en el tintero y que supura en la pluma. El miserable
se dedica a escribir."
No hay comentarios:
Publicar un comentario