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Marta aborrecía ver todas las mañanas en la habitación de su hijo la sillita de colores con la pata rota. Un día decidió poner fin a tan incómoda situación. Tomó la silla y su pata, las introdujo en una bolsa cualquiera y bajó decidida a la calle; encaminando sus pasos a un local donde pondrían fin a sus tribulaciones.
El artesano que le abrió la puerta y le preguntó el motivo de su visita, le intentó explicar que él era un persianero y que los persianeros desde sus orígenes sólo reparan e instalan
persianas. Marta, tras unos instantes de bloqueo, insistió en que no soportaba, ni un día más, la visión de la malograda sillita de colores coja empañar la armonía de la habitación
de su niño. Se marchó victoriosa sin la sillita, ante el estupor de nuestro persianero, con la promesa de volver a la mañana siguiente a por ella.
Así fue que, tras un relajado desayuno y una refrescante ducha, se personó puntual frente al local del persianero. Éste acudió a la llamada del timbre y le preguntó qué deseaba. Marta sonrió y le reclamó la sillita de colores.
Nuestro artesano le explicó que él era un honrado persianero y que por lo tanto era imposible que tuviera una sillita para reparar, por lo que le invitó a abandonar su taller.
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1 comentario:
Y es que cuando a las mujeres se nos mete algo en la cabeza......
Respecto al comentario que me dejaste sobre mi dramatismo al escribir, tengo que confesarte que escupo lo que me sale de dentro, no me paro a mirar el estilismo ni pienso en recursos literarios, escribo demasiado deprisa, ni siquiera releo. Ahora voy a ponerme a estudiar un poco a ver si mejoro. Gracias de cualquier forma, es un gran halago.
Un abrazo!
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