Para cerrar este convulso año bisiesto, no voy
a mencionar la recesión económica, ni voy a
recordar las diferentes pruebas de la maldad
humana que han reptado la piel terrestre en
el finado ejercicio.
Voy a hacer un canto al libro; un ser amado
por mí, tanto en su continente como en su
contenido.
Venerado en su forma, al igual que otros veneran
una cruz, una bandera, un himno, un escudo,
un busto adolescente, la entrepierna de un efebo,
o la vidriera de una catedral.
Saboreada su multicoloridad, olfateadas sus
esencias, aireado en sus aventuras.
Este homenaje lo voy a realizar apoyado en
tres personas de diferentes épocas y culturas
pero a los que ha unido la devoción por el
libro.
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