Se creía dueño del mundo
porque latía en sus sentidos.
Lo aprisionaba con su carne
donde se estrellaban los siglos.
Con su antorcha de juventud
iluminaba los abismos.
Se creía dueño del mundo:
su centro fatal y divino.
Lo pregonaba cada nube,
cada grano de sol o trigo.
Si cerraba los ojos, todo
se apagaba, sin un quejido.
Nada era si él lo borraba
de sus ojos o sus oídos.
Se creía dueño del mundo
porque nunca nadie le dijo
cómo las cosas hieren, baten
a quién las sacó del olvido,
cómo aplastan desde lo eterno
a los soñadores vencidos.
Se creía el dueño del mundo
y no era dueño de sí mismo.
José Hierro
2 comentarios:
Hola. Esto habría que moverlo y actualizarlo de cuando en vez. ¿No va un poco lento?
Tienes toda la razón. No puedo emplear todo el tiempo que me gustaría a mi blog. Un saludo,
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