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domingo, agosto 14, 2011

CITA A CIEGAS



Llegué puntual ; fueron mis amigos los que me prepararon la cita a ciegas y no quería dejarles en mal lugar. El camarero, al verme llegar con el ramo de rosas rojas, me acompañó solícito a mi mesa. Era un café clásico: grandes cristaleras, sillas Berlín barnizadas de nogal, y coquetas mesitas redondas con superficie de mármol. Me sorprendió que junto a la mesa sólo hubiese dispuesta la silla sobre la que me senté. Al hacer ademán de levantarme para colocar otra frente a mí, el camarero apoyó su mano en mi hombro, reteniéndome y rogándome que esperara. Abrió su mano izquierda, extrajo de ella una peladilla, con suma delicadeza la depositó en la mesa y me entregó una nota en la que se leía: “ yo soy tu cita”. No negaré que los primeros minutos fueron un poco violentos ya que ninguno de los dos rompíamos el fuego. En cambio aprecié sus encantos desde el primer momento. El semblante pálido, sus texturas, su saber estar y su prudencia llegaron a mi corazón con aromas desconocidos. Le hablé de mi infancia, feliz casi del todo. Le enumeré mis lecturas favoritas. Los escasos momentos en los que me he arriesgado. Los estímulos que todavía me hacen llorar. Ella escuchaba sin pestañear. Es cierto que no asentía, pero también lo es que no interrumpía. Era gracioso verla sentada frente a mí sobre el sillón-soporte de móvil, que amablemente nos prestó la cocinera. Se acercaba la hora del cierre pero no me atrevía a invitarla a mi casa. Me pareció apresurado para una primera cita. Por otro lado me preocupaba la idea, que me rondaba desde hacía rato, de no estar a su altura. Así que decidí llamar al camarero y rogarle que la cuidara hasta nuevo aviso. En la calle el sol y el bullicio habían sido sustituidos por una tenue llovizna, paraguas y rostros anónimos. No dormí; pero tampoco desperté. Y así pasaron dos días con sus noches. Al tercero volví al café. El corazón me tamborileaba inquieto. Ni siquiera saludé al camarero. En cuanto nuestras miradas tomaron contacto, le pregunté por la peladilla. Me miró extrañado; como si lo que había pensado que era una extravagante broma, hubiera dejado de serlo de repente. Dio un paso atrás. Se puso a la defensiva. Comenzó, oiga sólo era una diminuta peladilla. Siguió, ayer se la di a una niña que vino con sus padres. Terminó, y se la comió. No recuerdo nada más . En la clínica me han contado que con el tiempo me pondré bien. Que habrá un juicio.






2 comentarios:

neko dijo...

la maldad de algunas personas no tiene límites... cómo que solo era una peladilla?? solo?? pues ya quisieramos nosotros que muchas de nuestras citas hubieran sido con peladillas en vez de con otro tipo de seres.

mimarzgz dijo...

Sí. Pobre hombre. Para una vez que se enamora...
Por otra parte el destino de una peladilla es acabar en el estómago de un niño. ¿ No crees?