Un hombre cualquiera, sentado sobre un banco de piedra,
contempla el paso presuroso de las nubes empujadas por
la brisa. Solitario, que es como llamaré a nuestro protagonista
y que disfruta de una imaginación que tiende a relacionarlo
todo, piensa en la fugacidad del paso del tiempo.
Las nubes que surcan la bóveda celeste adoptando formas
imposibles elaboradas por un alocado tramollista, se le
asemejan a los días que traen erosión y cambio.
Solitario baja la vista y recorre la serenidad de los cultivos
y los muros de piedra. Pero Solitario es consciente de que el
tiempo, que en apariencia no les afecta de igual modo que a las
nubes, también disolverá sus figuras rocosas y romperá su sueño
en polvos de arena.
Atardece y Solitario sonríe ante la actitud irreverente de unos
girasoles que deciden darle la espalda al sol.
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desde Bierge, julio 2010.
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