Ansioso, Javier abrió
el e-mail. Lo leyó en unos segundos,
tiempo suficiente para entender lo que en realidad ya sabía desde hacía tiempo.
Palabras de compromiso, vacías de contenido y de cualquier atisbo de afecto. O,
por lo menos, del afecto que necesitaba Javier. Dos años de cruces de correos no le habían hecho desistir, pese a que esa
correspondencia era lo único que había entre ellos. Javier intuía que quizá hubo una oportunidad
al principio, pero ya era tarde. Julia
contestaba siempre con cariño pero rehusaba el contacto personal, rechazando
los cabos que le lanzaba Javier cada vez
con menos ímpetu.
Pero ese día lo
entendió todo, tenía que ser él el que cortara ese último hilo. El fino hilo de
los correos. De este modo, él descansaría
finalmente y aliviaría a Julia de la tensión de ser ella la que tomara esa decisión.
Por un momento se alegró de haberlo entendido. Julia ya había manejado la situación con
suficiente prudencia y elegancia todos estos meses. Lo había conseguido
demostrando una gran intuición aunque Javier no hubiera querido verlo. Ya no se
le podía exigir nada más. Ahora el desenlace le correspondía a Javier. Javier
es inteligente y emocional al mismo tiempo. Esta combinación no es la más favorable para
manejarse en un trance como en el que se encontraba sumido. El amor que sentía por Julia permanecía
intacto pese a los arañazos de la distancia y el tiempo. Incluso pese a recibir las confidencias en las
que Julia le hacía partícipe de una nueva
relación que se había ido asentando con el tiempo.
Con un gran dolor, un inmenso dolor, Javier fue borrando todos
los correos recibidos y enviados estos años y que atesoraba en una cuenta de
correo abierta únicamente para mantener
contacto con Julia. Ella desconocía la exclusividad de esa cuenta, como también
desconocía que cuando Javier escribía -podríamos
vernos algún día-, en realidad quería decir -por favor quedemos mañana-. Que cuando decía -escríbeme
pronto-, lo que en realidad deseaba era ir a buscarla a su casa, montarla en
el coche y huir lejos, muy lejos.
La bandeja de elementos recibidos y enviados ya aparecía
vacía. Ahora solo faltaba vaciar la papelera y todo habría acabado. Al darle a
la tecla, le vino una imagen en la que Julia agitaba la cabeza aireando sus
rubios cabellos que se confundían con los mensajes que surcaban la pantalla
antes de su definitiva desaparición.
Javier sonrió.
1 comentario:
Me ha encantado.
Los hombres, en general, somos mucho menos prácticos que ellas en cuestiones del corazón y tenemos una capacidad bastante más limitada que ellas para percibir ese tipo de cosas, además de que somos más propensos a engañarnos a nosotros mismos. Todo ello, magníficamente plasmado en tu texto.
Eres un crack.
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