La peonza
La peonza pierde el abrigo de la cuerda en un frenesí de giros que continúan hasta tocar el suelo con el clavo, libre ya del control humano. Inmersa en la objetividad de las leyes físicas, mantiene la verticalidad ante la admiración de los niños. La enorme señora panzuda gira vertiginosa sobre el minúsculo tacón de aguja en una danza salvaje, planetaria.
Pero unos segundos bastan para liquidar tanta energía. La peonza reposa finalmente sobre un costado, abandonada. Los niños desaparecen.
LA PEONZA ES COMO EL AMOR DE UNA NOCHE.
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